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Según esto, la historia laboraba inconscientemente, pero bajo el imperio de la necesidad, hacia una meta ideal fijada de antemano, como, por ejemplo, en Hegel, hacia la realización de su idea absoluta, y la tendencia ineluctable hacia esta idea absoluta formaba  la  trabazón  interna  de  los  acontecimientos  históricos.  Es  decir,  que  la  trabazón  real  de  los  hechos, todavía ignorada, se suplantaba por una nueva providencia misteriosa, inconsciente o que llega poco a poco a la conciencia. Aquí, al igual que en el campo de la naturaleza, había que acabar con estas concatenaciones inventadas  y  artificiales,  descubriendo  las  reales  y  verdaderas;  misión  ésta  que,  en  última  instancia,  suponía descubrir las leyes generales del movimiento que se imponen como dominantes en la historia de la sociedad humana.

 La  historia  del  desarrollo  de  la  sociedad  difiere  sustancialmente, en  un  punto,  de  la  historia  del desarrollo de la naturaleza. En ésta —si prescindimos de la reacción ejercida a su vez por los hombres sobre la naturaleza—, los factores que actúan los unos sobre los otros y en cuyo juego mutuo se impone la ley general, son todos agentes inconscientes y ciegos. De cuanto acontece en la naturaleza —lo mismo los innumerables fenómenos  aparentemente  fortuitos  que  afloran  a  la  superficie,  que  los  resultados  finales  por  los  cuales  se comprueba que esas aparentes casualidades se rigen por su lógica interna—, nada acontece por obra de la voluntad,  con  arreglo  a  un  fin  consciente.  En  cambio,  en  la  historia  de  la  sociedad,  los  agentes  son  todos hombres dotados de conciencia, que actúan movidos por la reflexión o la pasión, persiguiendo determinados fines;  aquí,  nada  acaece  sin  una  intención  consciente,  sin  un  fin  deseado.  Pero  esta  distinción,  por  muy importante que ella sea para la investigación histórica, sobre todo la de épocas y acontecimientos aislados, no altera para nada el hecho de que el curso de la historia se rige por leyes generales de carácter interno. También aquí  reina,  en  la  superficie  y  en  conjunto,  pese  a  los  fines  conscientemente  deseados  de  los  individuos,  un aparente azar; rara vez acaece lo que se desea, y en la mayoría de los casos los muchos fines perseguidos se entrecruzan unos con otros y se contradicen, cuando no son de suyo irrealizables o insuficientes los medios de que  se  dispone  para  llevarlos  a  cabo.  Las  colisiones  entre  las  innumerables  voluntades  y  actos  individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los  fines  que  se  persiguen con  los  actos  son obra  de  la  voluntad,  pero  los  resultados  que  en  la  realidad se derivan de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de momento al fin perseguido, a la postre encierran consecuencias  muy  distintas  a  las  apetecidas.  Por  eso,  en  conjunto,  los  acontecimientos  históricos  también parecen estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes.

 

Los  hombres  hacen  su  historia,  cualesquiera  que  sean  los  rumbos  de  ésta,  al  perseguir  cada  cual  sus  fines propios  con  la  conciencia  y  la  voluntad  de  lo  que  hacen;  y  la  resultante  de  estas  numerosas  voluntades, proyectadas en  diversas direcciones, y  de  su  múltiple  influencia  sobre  el  mundo  exterior, es  precisamente  la historia. Importa, pues, también lo que quieran los muchos individuos. La voluntad está movida por la pasión o por la reflexión. Pero los resortes que, a su vez, mueven directamente a éstas, son muy diversos. Unas veces, son  objetos  exteriores;  otras  veces,  motivos  ideales:  ambición,  «pasión  por  la  verdad  y  la  justicia»,  odio personal,  y  también  manías  individuales  de  todo  género.  Pero,  por  una  parte,  ya  veíamos  que  las  muchas voluntades  individuales  que  actúan  en  la  historia  producen  casi  siempre  resultados  muy  distintos  de  los perseguidos  —a  veces,  incluso  contrarios—,  y,  por  tanto,  sus  móviles  tienen  una  importancia  puramente secundaria en cuanto al resultado total. Por otra parte, hay que preguntarse  ¿Qué fuerzas propulsoras actúan, a su  vez,  detrás  de  esos  móviles,  qué  causas  históricas  son  las  que  en  las  cabezas  de  los  hombres  se transforman en estos móviles? 

 

Esta  pregunta  no  se  la  había  hecho  jamás  el  antiguo  materialismo.  Por  esto  su  interpretación  de  la  historia, cuando la tiene, es esencialmente pragmática; lo enjuicia todo con arreglo a los móviles de los actos; clasifica a los hombres que actúan en la historia en buenos y en malos, y luego comprueba, que, por regla general, los buenos son los engañados, y los malos los vencedores. De donde se sigue, para el viejo materialismo, que el estudio de la historia no arroja enseñanzas muy edificantes, y, para nosotros, que en el campo histórico este viejo materialismo se hace traición a sí mismo, puesto que acepta como últimas causas los móviles ideales que allí actúan, en vez de indagar detrás de ellos, cuáles son los móviles de esos móviles. La inconsecuencia no estriba precisamente en admitir móviles ideales, sino en no remontarse, partiendo de ellos, hasta sus causas determinantes.

FinFilosofiaClasicaAlemana[1]

Trabajo_Asalariado_y_Capital

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2 respuestas a Nación

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