Si el crepúsculo de franquismo presentó un régimen bonapartista que dejaba como única herencia la ausencia absoluta de base social a la clase dominante, los 30 años de monarquía parlamentaria han dotado a la burguesía de una amplia base social como instrumento político que se expresa en el bipartidismo necesario para fundamentar tecnológicamente la libertad y la democracia del mundo occidental.
Mientras el pacto social firmado los dirigentes de los burocratizados partidos reformistas y socialdemócratas proporcionó a la burguesía española un marco privilegiado para reorganizarse políticamente en la práctica, y, teóricamente, en la ideología, causaba en la clase obrera y la generación nacida en la transición la aceptación del mal menor reformista como un maléfico San Benito. Los viejos fantasmas de la guerra y el miedo latente aún a la dictadura, junto con la primera década de mediocre prosperidad que siguió a los técnocratas era un excelente caldo de cultivo para la política reformista y socialdemócrata que fue, en estas condiciones, tácitamente aceptado. El voto útil del euro-comunismo -como último legado- pasaba el testigo de su histórica traición a la clase obrera indecisa- ofreciendo, en bandeja de plata, el triunfo a un incrédulo PSOE que sin merecerlo se apropiaba de este sentimiento y, por tanto, de todo el protagonismo. Así, la clase obrera -obligada por su propia traicción, se preparaba para aceptar con reposada y responsable resignación el conformismo reaccionario, una vana esperanza que necesariamente se precipitaba a la impotencia y la desmoralización, tanto más por cuanto que la democracia burguesa cabalgando en la bonanza inflacionista y la irrupción en el mercado monetario internacional de una nuevo «patrón de cambio» nublaba toda concepción alternativa ni como mero parangón ideológico.
Esta «bonanza» económica incrementada por el retorno al mercado capitalista mundial de los países del Telón de acero primero, y del Gigante Chino después ha permitido el lujo de hacer de nuevo negocios aposentados cómodamente sombre la democracia liberal que aparece victorioso frente a sus amantes secretos los socialdemócratas que sucumben a sus encantos, reconstándose gozosos en los divanes sin ni siquiera sonrojarse cuando les ofrecen un puro, hasta que «un fuerte tirón de orejas» hace despertar del fantástico sueño en real pesadilla… Demonios y formas fantasmagóricas aparecen ante los ojos de la mayoría de la población: Esta es la verdadera cara del bienestar y la riqueza expresada en su cínica figura; en la angustia de la precariedad y la miseria en cuerpo y alma, sin el viejo consuelo de la religión… bienaventurados los pobres…
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