La recesión generalizada asesta un duro golpe a todas las ilusiones neo reformistas y neo gradualitas sobre las capacidades infinitas de «adaptación» del régimen capitalista. Confirma los que siempre hemos proclamado¡ incluso en los años de expansión más intensa. El leopardo no ha perdido sus manchas: el capitalismo es :siempre el capitalismo; sus contradicciones internas se mantienen irresolubles. Si se quiere evitar el regreso al desempleo, a las recesiones cada vez más graves¡ a la inflación galopante, al hambre que se expande en las semi-colonias, a la miseria que puede reaparecer en gran escala incluso en los países capitalistas avanzados, no puede contentarse con tentativas orientadas a mejorar el funcionamiento de la economía de mercado, o con sueños sin base sobre la instauración de una «economía mixta»
Por una alquimia de la que el marxismo desde hace mucho desmontó los engranajes, la ideología dominante sigue como una sombra la evolución objetiva, incluso anticipándose a veces a ella. Después de la década optimista del «crecimiento asegurado» he aquí que llegan las horas pesimistas del «crecimiento cero» de la «crisis irrevocable de la civilización técnica». Rechazamos ambos mitos, hechos a la imagen de la clase dominante en decadencia.
El crecimiento ininterrumpido es imposible en el régimen capitalista, que lleva en sí mismo el ciclo económico, como la nube lleva a la tormenta. El crecimiento capitalista es siempre crecimiento desequilibrado y desequilibrante. Hay siempre combinación de desarrollo y subdesarrollo, crecimiento de la desigualdad social, en el plano nacional e internacional, en función misma de tal crecimiento. Pero eso no se debe al carácter maléfico de la ciencia o de la técnica —menos aún al carácter maléfico de sus protagonistas: al capital financiero o los gobiernos corruptos— Eso no puede ser borrado con un regreso malthusiano a las formas de producción primitivas que condenarían a miles de millones de seres humanos a la miseria, ni con cantos al Sol; con jeremiadas en forma de plegarias a la justicia o al buen hacer en los negocios.
La causa del mal es el valor de cambio vuelto autónomo; es el enriquecimiento convertido en el objetivo de la actividad económica; es el beneficio de la empresa tomado separadamente, convertido en criterio y finalidad del crecimiento, es decir, la propiedad privada y la competencia; la economía mercantil y el capitalismo. Todas las catástrofes, comprendidas las vías irracionales e inhumanas en que la tecnología se ha extraviado, vienen de esta base social y de ella solamente. Todo puede ser evitado si el régimen de la ganancia es abolido, si los trabajadores gestionan ellos mismos sus empresas de manera planificada, si el crecimiento es regulado y sujeto a los imperativos de la satisfacción de las necesidades prioritarias de todos los habitantes del globo.
La recesión generalizada de la economía capitalista confirma que el sistema está enfermo, que está históricamente en agonía. Pero sabemos que agonía no significa desaparición automática; que la crisis económica no produce por sí misma una revolución social victoriosa. La recesión generalizada ha estallado en un contexto histórico infinitamente más favorable al proletariado que la de 1929-32 y más desfavorable que la recesión de 1969-75. Pero, hoy como ayer, si la crisis de la dirección revolucionaria no se resuelve; si las contradicciones económicas devienen cada vez más explosivas, entonces es posible que la burguesía imperialista recurra, en unos años, por segunda vez, a los «remedios» con los cuales «resolvió» la crisis de los años treinta. Buscará entonces infringir una derrota muy pesada a la clase obrera, elevar la tasa de ganancia gracias a la sobreexplotación de los trabajadores, estabilizada por un «Estado fuerte» si no por una dictadura feroz. Volvería a lanzarse en la carrera hacia la guerra. Hoy estamos asistiendo a serios conflictos bélicos y, ciertamente es impensable que las grandes potencias se arriesguen a asumir las graves e inciertas consecuencias que representaría su extensión. Pero sin ser alarmistas serían «remedios» infinitamente más catastróficos en la época de las arma nuclearse y biológicas que en la época de Hitler. La recesión generalizada nos recuerda así la actualidad viva del dilema: socialismo o barbarie.