Como reacción al oportunismo reformista se han venido desarrollando actitudes ultraizquierdistas, de rechazo de toda lucha en pro de reformas, en capas minoritarias del movimiento obrero y de la clase obrera.
Para los marxistas revolucionarios, el reformismo no se identifica en absoluto con la lucha por las reformas. El reformismo es la ilusión de la abolición del capitalista de un modo gradual, por una acumulación de reformas. Pero es perfectamente posible combinar una participación en las luchas por las reformas inmediatas con la preparación de la vanguardia obrera para luchas anticapitalistas que provoquen por su amplitud una crisis revolucionaria en la sociedad.
El rechazo radical de toda lucha por las reformas implica la aceptación pasiva de un deterioro de la situación de la clase obrera, creyendo que ésta sea capaz de repente de derrocar al capitalismo de un golpetazo en la espalda. Semejante actitud es utópica y reaccionaría.
Es utópica porque olvida que los trabajadores cada vez, más divididos y desmoralizados por su incapacidad para defender su nivel de vida su empleo, sus; libertades y sus derechos elementales, no están apenas preparados para afrontar victoriosamente una lucha contra una clase social dotada de la riqueza y de la experiencia características de la burguesía moderna. Es una postura reaccionaria porque sirve objetivamente la causa capitalista, la causa de los patronos, que tendrán todo el interés del mundo en bajar los salarios, mantener un paro masivo, suprimir los sindicatos y el derecho de huelga, si los trabajadores se dejan reducir pasivamente al estado de esclavos sin defensa.
Los marxistas revolucionarios consideran la emancipación de los trabajadores y el derrocamiento del capitalismo como el final de una época de fuerza organizativa del proletariado, de cohesión y solidaridad de clase centuplicada, de creciente confianza en sus propias fuerzas. Todas estas transformaciones subjetivas no son tan sólo el resultado de la propaganda o de la educación literaria. En último término no son sino el resultado del éxito conseguido en las luchas diarias, que son luchas para la obtención de reformas.
El reformismo no es el producto automático de tales luchas o de tales éxitos. Lo sería realmente si la vanguardia obrera se abstuviera de educar a la clase en la necesidad de derrocar al régimen; si se abstiene de combatir la influencia de la ideología pequeño burguesa y burguesa en el seno de la clase obrera; si se abstiene de iniciar en la práctica luchas de masas extraparlamentarias, anticapitalistas, que intenten superar el estadio de las reformas.
Por la misma razón, es absolutamente indispensable que los revolucionarios trabajen en los sindicatos de masas y luchen por el fortalecimiento y no por el debilitamiento de las organizaciones sindicales.
Evidentemente, los sindicatos son poco aptos para preparar u organizar luchas revolucionarias: ésta no es su función. Pero resultan indispensables para defender los intereses de los trabajadores, día a día, en contra de los del Capital. La lucha de clase cotidiana no desaparecerá ni tan siquiera en la hora del declive del capitalismo. Sin sindicatos potentes, que agrupen una fracción elevada de la clase obrera, la patronal tiene toda la probabilidad de salir vencedora de estas escaramuzas cotidianas. El escepticismo y la desconfianza hacia sus propias fuerzas que serían el resultado di estas desgraciadas experiencias perjudicaría muchísimo el desarrollo de una elevada conciencia de clase entre amplias masas obreras.
Por otra parte, la acción sindical no se limita tan sólo, en la época del capitalismo contemporáneo, a la lucha por los salarios y por la reducción de la duración de la jornada de trabajo. Los trabajadores están cada vez más enfrentados con problemas económicos de conjunto que influyen en su nivel de vida: inflación, cierre de empresas, paro, aceleración de los ritmos de trabajo, tentativas del Estado para limitar el ejercicio del derecho de huelga y la libre negación de los salarios, etc. El sindicato se encuentra obligado a tomar posición, antes o después, sobre estas cuestiones. Ha de ser una escuela de la clase obrera para analizar los problemas de conjunto del capitalismo y del socialismo. Ha de ser el ruedo donde se enfrenten las tendencias favorables a la colaboración de clase permanente,, es el caso de la integración de los sindicatos en el Estado burgués, y las tendencias partidarias de la lucha de clases, que rehusan subordinar los intereses de los trabajadores a un pretendido «interés general», que no es otro sino el interés del Capital apenas camuflado. Como defienden, en estas condiciones, los intereses inmediatos de la gran masa contra la tentativa de apartar los sindicatos de su función fundamental, los revolucionarios integrados en la tendencia favorable a la lucha de clases tienen probabilidad de obtener un eco creciente en el seno de los sindicatos, a condición de actuar con paciencia y perseverancia y no abandonar esté terreno de trabajo de masas a los burócratas, reformistas y derechistas de cualquier clase.
Los revolucionarios intentan ser los mejores sindicalistas, es decir, intentan que sean adoptadas por los sindicatos y los sindicados las proposiciones concernientes a los objetivos de luchas y a las formas de organización de las luchas, que están más conformes con los intereses de clase inmediatos de los trabajadores. No olvidan nunca la defensa de estos intereses inmediatos desarrollando sin cesar su propaganda general en favor de la revolución socialista, sin la que, en definitiva, ninguna conquista obrera puede ser consolidada, ningún problema vital para los obreros puede quedar definitivamente resuelto.
Por el contrario, la burocracia sindical, cada vez más integrada en el Estado burgués sustituye paulatinamente su tarea original de defensa irreconciliable de los intereses de sus afiliados por una política de conciliación de clase y de «paz social», debilita objetivamente el sindicato arrastrando por el suelo las preocupaciones y las convicciones de sus afiliados. La lucha por la democracia sindical y la lucha por un sindicalismo de lucha de clases se completan de este modo lógicamente en el combate de cada día.
Bibliografía
Lenin: ¿Qué hacer?
– El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.
Rosa Luxemburg: Huelga de masas.
– Reforma o Revolución.
L. Trotsky: Los sindícalos en la época de declive del capitalismo.
G. Lukács: Lenin. Democracia burguesa y democracia proletaria