Determinismo y fatalismo


Determinismo histórico y práctica revolucionaria

 

El materialismo histórico es una doctrina determinista. Su tesis fundamental afirma que es la existencia social lo que determina la conciencia social. La historia de las sociedades humanas se puede explicar y no es fortuita o arbitraria. Su desarrollo no depende de caprichos imprevisibles, ni de mutaciones genéticas, ni de algunos «grandes hombres» o de una multitud atomizada. Se explica en último término por la estructura fundamental de la sociedad de cada época determinada y por las contradicciones esenciales de esta estructura. Desde que la sociedad está dividida en clases, se explica por la lucha de clases.

 

Pero si bien el materialismo histórico es una doctrina determinista, lo es en el sentido dialéctico y no mecanicista del término. El marxismo excluye el fatalismo. Más exactamente, se opone a cualquier tentativa de transformar el marxismo en un fatalismo o evolucionismo automático, eliminando una dimensión fundamental.

 

Si bien incluso sus elecciones están predeterminadas por coacciones materiales y sociales, a las que no puede escapar, la Humanidad puede acabar por forjar su propio destino en el marco de estas coacciones. Los hombres hacen su propia historia. Aunque son producto de condiciones materiales determinadas, estas condiciones materiales son a su vez producto de la práctica social de los hombres.

 

Esta superación del viejo idealismo histórico («las ideas o los grandes hombres, hacen la historia») y del viejo materialismo mecanicista («los hombres son producto de las circunstancias») viene a ser como la partida de nacimiento del marxismo. Está contenida en las famosas «Tesis sobre Feuerbach» que concluyen «La Ideología alemana» de Marx y Engels.

 

Esto significa, entre otras cosas, que la salida de cada gran época de convulsiones sociales de la historia es incierta. Puede desembocar en la victoria de la clase revolucionaria. También puede desembocar en la descomposición recíproca de todas las clases fundamentales de la sociedad considerada, como sucedió con el final del modo de producción esclavista antiguo. La historia no es una suma lineal de progresos. Muchas formaciones sociales del pasado han desaparecido sin dejar apenas rastro, especialmente como consecuencia de la ausencia o debilidad de una clase revolucionaria capaz de facilitar el camino hacia el progreso.

 

La decadencia evidente del capitalismo contemporáneo no desemboca en la victoria inevitable del socialismo. Desemboca en la alternativa «socialismo o barbarie».

 

El socialismo es una necesidad histórica para permitir un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas conforme a las posibilidades de la ciencia y de la técnica contemporáneas. Es sobre todo una necesidad humana, para permitir la satisfacción de las necesidades que el progreso de la ciencia y de la técnica han despertado en los hombres, y para satisfacer estas necesidades en tales condiciones que se asegure la realización de todas las potencialidades humanas en todos los individuos, de todos los pueblos, sin destruir el equilibrio ecológico. Pero lo que es necesario no se realiza necesariamente. Sólo la acción revolucionaria y consciente del proletariado puede asegurar el triunfo del socialismo. De otro modo, el enorme potencial productivo de la ciencia y de la técnica contemporánea asumirá una forma cada vez más destructiva para la civilización, para la cultura, para el hombre, para la naturaleza y aun para la vida de nuestro planeta. Es la práctica social de los hombres lo que crea las estructuras sociales que a continuación los ingiere. Es con la práctica social revolucionaria como esas mismas estructuras pueden ser transformadas. El marxismo es determinista en la medida en que afirma que estas transformaciones no pueden hacerse de cualquier forma. Sobre la base de las fuerzas productivas contemporáneas, es imposible reintroducir el feudalismo o el comunismo de las pequeñas comunidades autárquicas de productores consumidores.

 

Es determinista en el. sentido de que afirma que revoluciones sociales progresistas («fortschrittliche») no son posibles nada más que si en el seno de la vieja sociedad han madurado las precondiciones materiales y las fuerzas sociales que permitan crear una organización social superior.

 

Pero el marxismo no es fatalista, pues no postula que el advenimiento de esta nueva sociedad sea producto inevitable de la maduración de las precondiciones materiales y sociales necesarias para su aparición. Este advenimiento no puede surgir nada más que como resultado de luchas entre fuerzas sociales vivas. Es el resultado, en último término, del grado de eficacia de la acción revolucionaria. Si éste está a su vez parcialmente condicionado por circunstancias y relaciones de las fuerzas sociales, la acción revolucionaria puede transformar, a su vez la evolución de estas circunstancias y relaciones de fuerza, frenarla o acelerarla. Incluso relaciones de fuerza eminentemente favorables pueden ser desaprovechadas por deficiencias subjetivas de la clase revolucionaria. En este sentido, en nuestra época de revoluciones y de contrarrevoluciones, el «factor subjetivo de la historia» (la conciencia de clase y la dirección revolucionaría del proletariado) juega un papel primordial para determinar el resultado de las grandes batallas de clase, para decidir el porvenir del género humano.

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